A Luca no le gusta caminar a mi izquierda y eso es algo que me preocupa desde hace algún tiempo. Veréis porqué.
Luca tiene ya siete años y llegó a casa con cinco meses, bastante antes de que yo me plantease trabajar en ésto. Cuando Luca tenía en torno a un año me apunté a unos seminarios de educación canina para propietarios en los que, básicamente, se enseñaban las mismas técnicas que, ya por entonces, se empezaban a ver por la tele basadas en la dominancia y en someter al perro a nuestra voluntad. Para que Luca se centrase en el trabajo había que darle un «toque», cuando miraba fijamente a otro perro en modo estatua había que darle un «tirón» para sacarlo de eso, y así, básicamente, todo consistía en dar «toques» y «tirones» al perro a diestro y siniestro. Los «toques» que yo le daba a Luca eran golpecitos con el talón derecho cuando él estaba a mi lado (izquierdo). Nunca, creo, le hice daño físico. Pero a veces Luca saltaba sobresaltado y me miraba confuso. Pronto empezó a anticipar los «toques» de modo que saltaba antes de que le llegara a dar. Los «toques» se volvieron «ineficaces», si es que alguna vez fueron eficaces, y dejé de aplicar esa «técnica».
Luca era un perro observador y tranquilo desde que llegó a casa. Era cariñoso y sensible y era dulce. Hoy por hoy, no concibo las razones por las que debía mostrarme severa, es decir, dominante, con mi dulce Luca según aquellos métodos. Pero que todas esas técnicas sólo sirvieron para que mi perro y yo nos alejásemos es algo que tengo muy presente. En ocasiones Luca me tenía miedo, se mostraba esquivo e inseguro conmigo y en los paseos empezó a colocarse detrás de mí en lugar de caminar a mi lado.
Cuento ésto porque éste pasado fin de semana me han dado un bálsamo. Llevo muchos meses con un runrún interior. Desde que el año pasado me formé en EDUCAN todo empezó a cambiar. Hice los cursos acompañada por Luca y, aunque no conseguimos grandes resultados técnicos, sí conseguimos algo muchísimo más importante: el cambio de actitud de Luca hacia mí y el mío hacia él. No es que mi perro no me quisiera antes; tampoco es que yo no lo quisiera a él. Es que no estábamos hablando el mismo idioma y encima, le castigaba con «toques» por no entenderme. Éste fin de semana, en un seminario de Pere Saavedra (que me ha encantado por cierto), Luis Gómez, su colaborador, dijo algo así como «no hay que avergonzarse de los errores ni de dónde venimos». Y yo que llevo tiempo con mi runrún interior, sentí paz. Yo sí me avergüenzo de haber empezado con tan mal pié en ésto del adiestramiento canino, pero tampoco puedo hacer nada al respecto. Bueno, en realidad sí lo hice: busqué otros métodos, otras formas y los encontré.
En los últimos meses he visto muchos progresos en Luca o, mejor dicho, en nuestra relación: no es el perro con la llamada más fiable y estable del mundo; no es que haga el «junto» perfecto mirándome a los ojos aún a riesgo de partirse el cuello; no es que sus patrones motores sean los más rápidos y precisos. ¡Es que ahora Luca quiere hacer cosas conmigo! Me busca de una forma que antes no lo hacía, con más alegría y entusiasmo en la mirada; me reclama sus paseos, su dosis de juego y de trabajo sin nerviosismo, siendo consciente de que puede reclamármelos. Ahora sabe que no soy esa bípeda severa que da órdenes bruscas y toques sin ton ni son. Ahora sabe que yo me divierto si él se divierte y que estoy aprendiendo a comunicarme con él sin distorsiones, sin brusquedad, sin imposiciones. Por eso ahora Luca se atreve a hacer cosas que antes no.
Yo no sé lo que sienten los demás, pero cuando oyes (o lees) a profesionales como Pere Saavedra o Carlos Alfonso López hablar de cómo crear un buen vínculo con tu perro como la base de todo lo demás y sobre cómo conectar con él, yo recuerdo el día en que a Luca se le iluminó el rostro ante una resolución de problemas, y el día en que disfrutó jugando conmigo y el mordedor por primera vez, y el día que vino varias veces de madrugada mientras yo estaba con el ordenador hasta que consiguió «mandarme» a la cama y me dijo un «muy bien» saltando y girando sobre sí mismo con entusiasmo para irse después, tranquilo, a dormir. Y todo esto me dibuja una sonrisa en la cara y me alegra el espíritu y me hace entender que ahora sí vamos por el buen camino. Ahora más que nunca soy consciente del mal vínculo que construí con mi perro y estoy feliz de no haber subordinado a Luca hasta «romperlo» y que las consecuencias fuesen del todo irreversibles. Me siento feliz de haber recuperado a mi querido Luca. Me siento feliz de haber rectificado.
Seguiré trabajando con Luca para que nuestro vínculo sea aún más fuerte y saludable. Ahora que nos entendemos haremos muchas cosas nuevas juntos. Y de aquel mal comienzo, espero que sólo quede ese no querer caminar a mi izquierda, recordándome mis errores para no cometerlos de nuevo, y que tiene muy fácil solución: caminarás por mi derecha, donde te sientes más cómodo y seguro; caminarás conmigo, Luca.