Es sábado. Hace un día espléndido. Mi amigo José Antonio me dejó ayer a Moira y Greta todo el finde así que somos cinco en casa. Me he levantado tarde: los sábados no se pone el despertador. Hemos ido a dar un largo paseo: Moira, Greta, Luca y Gómez han corrido y jugado a gusto. Se me dibuja una sonrisa en la cara cuando veo jugar sueltos a mis perros. Después les he dejado sólos en casa para ir a hacer compra y esas cosas que tienen los sábados por la mañana. Antes de comer damos otro paseo, ésta vez más cortito, para que se alivien. Hasta aquí era un día normal, un sábado feliz, relajado. Pero al llegar al parque de al lado de casa donde hay una pequeña área para perros he visto a Jara.
Jara es una bóxer del barrio. La he visto desde cachorrita, preciosa y juguetona. Normalmente la paseaba el padre, aunque Jara «es» del hijo. Desde el principio vi que el hombre era una persona tímida, introvertida y algo insegura y que, desde luego, tener perro no fue su elección. Cuando Jara empezó a crecer y ser más bruta jugando, la llamaba constatemente, como si de un tick nervioso se tratase. Ni que decir tiene que Jara no hacía ni caso; es lo que yo llamo «borrarle el nombre» al perro. Si Jara se ponía muy bruta y revolcaba a algún perrete el señor se ponía rojo, avergonzado, la ataba y, a duras penas, la arrastraba fuera del parque. Un día le recomendé que usara un arnés antitiro, le comenté que era adiestradora y le dí una tarjeta. Al poco el hombre apareció con Jara llevando un Easy Walk. «¡Fantástico!» pensé, «¡Mi consejo no cayó en saco roto!».
A medida que Jara iba creciendo se iba haciendo más inmanejable. Era una perra muy nerviosa que se frustraba muy rápido. En torno a los ocho meses de edad empezó a mostrar los primeros signos de agresión. Dejaron de llevarla al parque y sólo me los encontraba, a ella y el padre, de vez en cuando paseando de la correa. El hombre se ponía muy tenso cuando me veía con Luca y Gómez, empezaba a tensar la correa y Jara, en consecuencia, tiraba en dirección contraria. En varias ocasiones le dije que eso había que trabajarlo y que no lo dejara para más adelante. La última vez que los ví, hace unas semanas, Jara se avalanzó sobre nosotros con intención clara de morder a Gómez y cuando no lo consigió, volvió la cabeza y mordió a su guia en la pierna. El hombre rojo como un tomate se alejó. Yo me entristecí mucho pensando en cómo debe sentirse Jara para reaccionar así y en lo fácil que hubiese sido evitar llegar a éste punto si Jara hubiese tenido una educación temprana y sus guías, su familia, hubiesen aprendido a comunicarse con ella y hubiesen satisfecho las necesidades de la perra desde el primer día.
Hoy, cuando hemos llegado al área canina he visto a Jara. Me ha llamado la atención ya desde lejos por que con ella había tres personas y Jara llevaba una correa larga blanca. Inmediatamente me he dado cuenta de que eran la madre, el hijo y una «adiestradora». Al ir acercándonos he visto como la «adiestradora» corregía a Jara con tirones bruscos de correa; con una correa de cinco metros dar un tirón fuerte puede hacer bastante daño al perro. Se me ha ensombrecido la mirada y se me ha acelerado el pulso. Al llegar a la puerta del recinto, mis perros han ido hacia la puerta como hacen siempre. La «adiestradora», que manejaba la correa, tenía un cigarro en la boca y ha permitido que Jara se acerque a los perros, puerta mediante, cara a cara. Entonces he podido ver que Jara llevaba puesto un collar de pinchos y un collar eléctrico. Nubarrones negros. Jara a tardado medio segundo en avalanzarse contra la puerta y la «adiestradora» dando un fuerte tirón y otro y otro y otro, le decía «¡No!, ¡No!, ¡No!» echándose sobre ella doblándose por la cintura. Por un momento he pensado que Jara podría fácilmente arrancarle la cara de un mordisco. Rayos y truenos.
Tras preguntarle si era adiestradora y decirle que yo también y que conocía a la perra, le he dicho que no estaba de acuerdo con esos métodos, que eran contraproducentes y que no iban a ayudar a Jara. Entonces ha cogido el cigarro de la boca con la mano inhalando fuerte y me ha intentado dar una perorata sobre métodos de adiestramiento y que si yo adiestraba en positivo. Le he dicho que me avergüenzo de que haya gente como ella en esta profesión, mercenarios que sólo buscan dinero fácil empleando métodos obsoletos que está más que demostrado que no funcionan y que no trabajan por el bienestar del perro, sino para conseguir pasta gansa. Me he alejado y me he quedado observando desde lejos su «trabajo». He sido muy poco inteligente. Con éste calentón no he conseguido nada: Jara seguirá siendo trabajada de forma cruel y, lo que es peor, totalmente incongruente. El destino de ésta perra pinta muy, muy negro y eso me entristece hasta el punto de que hoy ya no es un buen día.
Moraleja:
– Antes de contratar un adiestrador, especialista en conducta canina o etólogo informate de la formación que tiene y busca referencias. Un buen adiestrador estará orgulloso y encantado de mostrarte su trabajo en persona o a través de videos y redes sociales.
– Si en algún momento mientras trabaja con tu perro sientes que tu perro está siendo maltratado házselo saber y no permitas que siga usando esos métodos.
– Un profesional evaluará el caso, emitirá un diagnóstico y elaborará un plan de trabajo en el que se explica pormenorizadamente los métodos a utilizar, los plazos de trabajo, y el porqué de cada cosa. Sólo una vez expuesto el plan a la familia y consensuado con ésta se empieza a trabajar. Desconfía del adiestrador que desde el minuto uno sabe lo que le pasa al perro y empieza a trabajarlo en base a correcciones bruscas y tonos de voz severos.
– Un profesional tiene varios métodos alternativos: por ejemplo, si yo recomiendo usar un transportín o jaula para trabajar la ansiedad por separación y los propietarios no se sienten cómodos con eso, busco alternativas (parque para cachorros, barreras antiniños para limitar el espacio de la casa donde estará el perro, etc.). En el caso de que el método no sea del gusto del propietario, pero sea imprescindible para trabajar les explico y demuestro la utilidad del mismo. Esto pasa a menudo con el bozal que es una herramienta de seguridad imprescindible en casos de agresión y, que bien trabajada, no es percibida como algo negativo por el perro.
– El collar eléctrico concretamente es una herramienta muy dificil de aplicar con corrección y requiere de muchísima experiencia. Si se usa correctamente puede salvar la vida de un perro (perros que persiguen coches o animales salvajes como jabalíes). Pero aplicada mal, que es lo más fácil, puede sumir al perro en fuertes depresiones e indefensión aprendida o volver más reactivo al perro al asociar de la presencia de perros (por ejemplo) a la aplicación del estímulo eléctrico (por no hablar de que puede provocar la contracción de la musculatura de cuello y mandíbula y hacer que la mordida sea aún mas fuerte). Es por esto que EL COLLAR ELÉCTRICO ESTÁ TOTALMENTE CONTRAINDICADO EN CASOS DE AGRESIÓN. La popularidad de ésta herramienta se debe a que la gente, desde la ignorancia, piensa que funcionan muy bien por que PERCIBEN que desaparece la conducta problema (morder, ladrar, perseguir) sin darse cuenta de que la conducta desaparece por que el perro ha sido llevado a un estado mental en el que no entiende por qué se le castiga, se deprime y deja de interactuar porque haga lo que haga no tiene control sobre su entorno; éste fenómeno se llama INDEFENSIÓN APRENDIDA y es devastador para la salud mental de cualquier ser vivo, humanos incluídos, ya que los aisla de su entorno convirtiendolos en una especie de zombies.
– El collar de púas JAMÁS debe ser el collar con el que pasees a tu perro. Es una herramienta que puede causar graves daños. Como profesional sólo la uso (en su versión de plástico con puntas romas) en casos muy específicos, nunca aconsejo su uso al cliente, es una herramienta que utilizo yo (y sólo yo) durante las sesiones en los casos que está indicada, nunca se aplican tirones bruscos y siempre se usa con una correa distinta de la que sirve para guiar al perro.
Educar no es maltratar, es guiar, dar alternativas y libertad para elegir. Si tu perro deja de hacer algo por miedo a las consecuencias es que los métodos que se emplean no son adecuados.