
¿Cuántos de vosotros os habéis sentido violentos cuando habláis con alguien que se acerca demasiado? ¿Cómo reaccionarías si alguien desconocido que se cruza contigo por la calle te abrazase y te besase?
La distancia a la que nos comunicamos, el espacio que nos rodea y que consideramos personal son constructos culturales. Esto es, algo que viene dado por la cultura, el conocimiento grupal que heredamos de nuestra comunidad. Es bien conocido que en la cultura mediterránea somos más proclives a acercarnos más a nuestro interlocutor, incluso lo tocamos mientras hablamos. Sin embargo, en otras culturas, como la anglosajona, la distancia entre los interlocutores es mayor; ellos no se acercan tanto al hablar y el contacto físico es menor o inexistente. Por supuesto existen diferencias entre individuos; cada persona, en base a sus vivencias particulares puede alejarse más o menos de lo culturalmente aceptado. Yo, que pertenezco a la cultura mediterránea, considero bastante incómodo que se me echen encima para hablar o que me toquen cuando lo hacen, especialmente gente que acabo de conocer. Digamos que mi espacio, mi distancia individual, es mayor de lo que se considera normal en mi cultura. Todos los humanos aprenden a manejar éstas distancias desde niños; no se enseñan en la escuela, pero se aprenden mediante la observación y los límites que los adultos nos van poniendo.
Los perros también son animales sociales y también aprenden desde cachorros, junto a su madre y hermanos, cuáles son las distancias respetuosas, adecuadas, en cada situación. También aprenden el lenguaje corporal, cuál es la forma educada de acercarse a otro perro para conocerlo, qué señales dar en la distancia para invitar a otro a acercarse o para mantenerlo a distancia. Los perros son unos maestros del lenguaje no verbal, la distancia a la que pueden comunicarse con otros individuos de su grupo social es mucho mayor de la que podemos utilizar los humanos, tan dependientes del lenguaje hablado. Simplemente observando la postura corporal de un perro en la distancia saben si está tenso o relajado, si será amigable o no.
Los humanos a menudo privamos a nuestros perros de la posibilidad de comunicarse de ésta manera y, en muchas ocasiones, somos los culpables de la torpeza social de nuestros perros. Los perros separados demasiado pronto de su camada nunca aprenden éste lenguaje ni las distancias apropiadas en cada ocasión y los perros a los que se les priva de utilizarlo terminan por olvidarlo o usarlo de forma incorrecta.

A veces cuando paseo con mis perros (mi perro y los que están a mi cargo), me cruzo con gente que permite que su perro se acerque a nosotros de frente y tirando de la correa. Ésto rara vez termina bien. Acercarse tan torpemente a un grupo de perros sólo puede conllevar el consecuente ladrido o gruñido para que mantenga la distancia. Ésta gente además es la que suele tachar a mis perros de mal educados cuando en realidad le han dado toda clase de señales para que no se acerque (levantar la cola, no mirarle, seguir andando mientras hacen que olfatean, etc.). También hay personas que plantan a su perro frente a frente con alguno de los míos para «que se conozcan». No sólo no están respetando la distancia individual de mi perro, sino que están invadiendo su distancia crítica, aquella en la que se siente agredido, inseguro o incluso temeroso. ¿Por qué se extrañan entonces de que mi perro le ladre para que se aleje? Para los perros la distancia es muy importante. Sólo permiten entrar en su distancia «personal» o individual a los perros (o personas) de su agrado. La distancia que ocupa su grupo social, en el que nosotros estamos incluidos, es aún mayor, por eso cuando van de la correa es más fácil que reaccionen ante un perro extraño aunque esté lejos: están protegiendo al grupo.
Los humanos tendemos a pensar que todas las cosas se rigen por nuestra forma de ver y experimentar el mundo e imponemos a nuestros animales esas formas. Abrazar, besar, por ejemplo, no son cosas naturales para nuestros perros, estamos invadiendo su espacio íntimo al hacerlo. Pueden aprender a aceptarlo, pero en muchas ocasiones les estresa hacerlo (¿tu perro te da «besitos» cuando lo abrazas? ¡Pues te está diciendo que lo agobias!). A eso se suma que las distancias en las ciudades (aceras estrechas por ejemplo) obligan en ocasiones a que dos perros que no se conocen se crucen demasiado cerca. Y por supuesto, la inexistencia de áreas de esparcimiento para perros de dimensiones apropiadas tampoco ayuda a que nuestros perros se relacionen entre ellos como lo que son, perros.